Amalia es una mujer que aparece ahogada en extrañas circunstancias, a Olga la ha dejado su marido y cae en una dolorosa depresión, y Leda es una profesora de universidad que abandonó a sus hijas durante tres años cuando ellas eran muy pequeñas. Estos son los tres personajes principales de Crónicas del desamor, una trilogía protagonizada exclusivamente por mujeres que poseen un trasfondo psicológico que numerosos escritores no serían capaces de trazar. Mientras que en la saga Dos amigas no hay un suceso concreto que desencadene la trama en estas tres novelas sí lo hay, aunque de nuevo Elena Ferrante (o Anita Raja según el periodista Claudio Gatti, quien reveló el pasado octubre una investigación sobre la identidad de la autora) se apoya en la cotidianidad para dibujar a unos personajes mucho más complejos de lo que pueden parecer en un primer momento.
Pero no he escrito este artículo con el fin de analizar a nivel literario la obra de esta escritora napolitana, sino que pretendo resaltar la fuerza que poseen las mujeres que muestra en sus libros. No son las mujeres idílicas que la sociedad estaría encantada de encumbrar, son mujeres que para encontrarse a ellas mismas abandonan a sus hijas porque el hogar familiar las sepultaba, que a pesar de haber sido molidas a golpes por sus maridos se atreven a divorciarse sin agachar la cabeza, son mujeres que casi olvidan dar la medicación a sus hijos con fiebre porque el dolor tan punzante que sienten a causa del desamor les impide ver con claridad.
Si ya es sorprendente que al frente de sus historias siempre estén mujeres rebeldes, valientes y decididas, todavía debería sorprendernos más si tenemos en cuenta que se desarrollan en Italia, un país que cerró el año 2016 con la espeluznante cifra de 120 mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas. Recuerdo que cuando leí Dos amigas me sobrecogió que Ferrante hablara del maltrato como algo habitual y normalizado, y me volvió a llamar la atención cuando empecé El amor molesto, la primera novela de Crónicas del desamor. Mi mejor amiga y yo vivimos durante unos meses en Roma y comentábamos con relativa frecuencia lo machista que es la sociedad italiana, tanto los hombres como las mujeres, una sociedad en la que los chicos son bastante intensos a la hora de ligar -y estoy siendo demasiado benévola con el adjetivo-, en la que la figura del donjuán que conquista a veinte mil tías aunque tenga pareja está sacralizada y en la que la novia celosa también tiene cabida, por supuesto. Casi seguro que no hay nadie que ame a Italia más que yo y soy consciente de que no todos los italianos e italianas son así, pero no nos engañemos: Italia es un país machista y pegar a las mujeres no es una práctica aislada, por desgracia.
Por el motivo que acabo de citar son tan valiosas las novelas de Elena Ferrante aunque sus argumentos no sean los más originales del mundo. Sus libros son importantes porque cuentan la vida de mujeres inteligentes que leen, que escriben, que ni de lejos son perfectas y que además no desean serlo. Son mujeres que a veces se sienten desbordadas por las cargas familiares y no se avergüenzan en admitirlo, madres que tienen relaciones conflictivas con sus hijos y mujeres veinteañeras que engañan a sus maridos porque la juventud les quema demasiado por debajo de la piel. Además, la escritora también es crítica con la mujer, no olvidemos el episodio que relata en Los días del abandono en el que Olga agrede a su exmarido en la calle mientras él paseaba con su nueva pareja, y nos destapa a una Olga posesiva que se comporta de manera irreflexiva y ridícula.
Por otra parte, en sus novelas es habitual el nacimiento de vínculos entre mujeres que desembocan en intrincadas amistades que siempre van acompañadas de admiración, dependencia y cierta carga sexual. Esto podemos comprobarlo en la relación que mantienen Lina y Lenù, los personajes más famosos de Ferrante, o incluso en la de Leda y Nina, presentes en La hija oscura. Las muñecas, asimismo, forman parte de su imaginario, pero ese es ya otro tema. Brindemos por las escritoras como Elena Ferrante que defienden a la mujer imperfecta que lee, estudia y, sobre todo, no se deja dominar.