El libro llegó a mis manos de pura casualidad, ni siquiera lo andaba buscando. Iba a ser el Día del Padre. Una novela para papá es sinónimo de acierto, y La librera de París se cruzó en mi camino. Fue una auténtica serendipia, esta palabra tan larga que ahora usan los modernos. Que son los libros quienes nos eligen a nosotros, y no al revés, es una de las afirmaciones más veraces que he escuchado en mi vida. De repente, un viernes del mes de marzo, me vi leyendo una sinopsis de un argumento que hablaba de la Shakespeare and Company y de la Generación Perdida, y pensé: Tiene que ser este libro. Y me dio igual no haber oído hablar antes de su autora, Kerri Maher. Una novela histórica que narraba cómo una mujer forjó uno de los hervideros culturales más potentes del París de los años 20 tenía que ser una obra inolvidable, de esas que marcan. No me equivocaba. Me va a costar mucho tiempo dar con otra lectura que me robe tan fuerte el corazón. Justo cuando más lo necesitaba.

Sylvia Beach
Portada de La librera de París

Admito que lo compré también pensando en mí. Cuando él lo termine, lo empiezo yo, me dije para mí. Cuando papá lo acabó, lo requisé y me zambullí en una de las historias más apasionantes que he leído jamás. Y lo mejor de todo es que aquello sucedió de verdad, no es ficción. Seguro que muchas personas, lectoras o no, sitúan en el mapa a James Joyce y a su polémico Ulises. Lo que no todas saben es que Sylvia Beach, la mujer que fundó la irrepetible librería Shakespeare and Company, es a quien hay que agradecerle que la novela de Joyce se publicara. En pleno apogeo de la Ley Comstock y la Ley Seca en Estados Unidos, París se erigía como un respiro para los artistas. Sylvia fue su primera editora, la mujer que no permitió que esa obra que había sido catalogada de obscena quedara guardada en un cajón acumulando polvo. Sylvia luchó hasta la extenuación para que Ulises viera la luz y llegase a las casas de los lectores, cuando hasta Virginia Woolf se había negado a publicarla.

Entre libros de Whitman y los más célebres escritores y escritoras de habla inglesa, Sylvia construyó un maravilloso universo que abría sus puertas a diario a Hemingway, Ezra Pound, Fitzgerald, Gertrud Stein, Paul Valéry y Larbaud, entre muchos otros. La historia de la Shakespeare and Company camina de la mano de su venerada Adrienne Monnier y su también librería la Maison des Amis des Livres. Sylvia se enamoró con locura de Adrienne, quien constituyó una fuente de inspiración para ella y siempre la animó a persistir en todos sus proyectos. Las dos convirtieron a la rue de l’Odéon en el hogar y punto de encuentro de todos los artistas de aquellos años.

Resulta curioso tomar conciencia de cómo nombres como el de la propia Sylvia Beach, Adrienne Monnier, Gertrude Stein, Alice B. Toklas, Djuna Barnes, Margaret Anderson o Jane Heap no nos resulten demasiado familiares. Esas mujeres de la orilla izquierda del Sena fueron claves en el panorama cultural de aquel París de las décadas de 1920 y 1930.

Sylvia, aquella mujer que dio vida a ese paraíso que recibía con los brazos abiertos a escritores expatriados, poseía tanta valentía que se negó a venderle un ejemplar de Finnegans Wake a un oficial nazi, rebeldía que le costó un arresto. Como dice Kerri Maher, parece que Joyce metía en líos a Sylvia incluso desde la tumba.

Confieso que saberme tocaya de Adrienne Monnier y del enigmático personaje creado por Woody Allen en Midnight in Paris para recrear la atmósfera parisina de estos años me ha hecho amar, aún más, mi nombre. La vida es tan irónica que hace poco conocí a quien bien pudiera ser la versión contemporánea de Sylvia Beach y de su librería: la escritora Laura Riñón y su preciosa librería Amapolas en octubre, que me descubrió mi gran amiga Alaia. Gracias a esta talentosa librera sigo alimentando mi obsesión con París era mujer, de Andrea Weiss. Hay veces que se ha de acabar un mundo antes de que empiece uno nuevo, cita que anoté de La librera de París, y Sylvia está siendo una guía a lo largo de esta transición dura, pero necesaria.