Leer la última página de una novela y quedarte los días siguientes pensando en ella es un síntoma inequívoco de que has tenido entre las manos una gran historia. Salir del teatro y no poder quitarte de la cabeza lo que acabas de ver es la prueba del algodón de que la propuesta no es una más entre la enorme oferta del panorama cultural madrileño. Y esto es exactamente lo que me sucedió cuando disfruté de Las amargas lágrimas de Petra von Kant en Nave 10 Matadero. No podía parar de hablar de lo que acababa de ver ni de recomendarla a mi círculo de amigas.

Dirigida por Rakel Camacho, esta obra del cineasta Rainer Werner Fassbinder nos hace plantearnos las dinámicas de poder que se generan dentro de una relación de pareja y el papel que juega la dependencia emocional y su efecto destructivo. Petra von Kant, interpretada por Ana Torrent, es una afamada diseñadora de moda que se enamora de Karin (Aura Garrido), una joven de origen humilde a la que convierte en modelo. La atracción entre estas dos mujeres confluye en dinámicas de dominación y sumisión entre ambas, y arrastrará a Petra a un abismo de obsesión y locura.

Foto: Isa Saiz

Más allá del argumento de la obra, con diálogos en los que es inevitable sentirse interpelada, sorprende la valiente propuesta escénica. Con una estética que respeta el imaginario de Fassbinder, nos sumergimos en un espectáculo con tintes oníricos en los que la escenografía echa mano de elementos como un caballito de tiovivo, maniquíes, muñecas, un jacuzzi con brazos o copas con forma de cabeza. El vestuario sigue la misma línea, una apuesta en la que brillos, perlas y colores estridentes se mezclan con pelucas y corsés que simulan esculturas.

La versión de Rakel Camacho de Las amargas lágrimas de Petra von Kant respira sexo y sensualidad, con un trabajo a nivel de expresión corporal digno de resaltar. El desgarro y la profunda desesperación en la Petra de Ana Torrent; la sexualidad y los matices en la Karin de Aura Garrido; la frescura en la Sidonie de Celia Freijeiro; o el humor y la estridencia de María Luisa San José componen un marco interesante desde el punto de vista interpretativo. Merece, sin duda, una mención especial la Marlene de Julia Monje, quien demuestra que es posible que un personaje no articule palabra y, sin embargo, esté lleno de significado.

Pese a que hay opiniones diversas, para mí no cabe duda de que es de las mejores propuestas que he visto en el teatro en los últimos tiempos. Bravo.