Recuerdo casi como si fuera ayer el día que Henry Chinaski entró en mi vida. Yo tenía 21 años cuando mi amiga Alaia me habló de él por primera vez. Muchas veces me pregunto si no me equivoqué al estudiar periodismo, e incluso en ocasiones me arrepiento y desearía volver atrás en el tiempo. Yo, que con 15 años soñaba con ser médico, me veo ahora con 10 años más atrapada en una situación de desempleo que no sé durante cuántos meses más se prolongará. Pero los libros se cruzaron en mi camino. Y la pasión por escribir. Y el teatro. No pude hacer nada para remediarlo…

Por aquel entonces estaba inmersa en el montaje de una obra de teatro que me llevaba por la calle de la amargura. Se trataba de una adaptación de dos textos de Sarah Kane, Reventado y Psicosis de las 4:48. En la obra interpretábamos la relación enfermiza de una pareja con una diferencia de edad notable marcada por la violencia que ambos se profesan mientras fuera había una guerra. Bukowski no pudo aparecer en mejor momento. Alaia me había prestado su libro de relatos titulado Se busca una mujer, y cuando mi profesora vio que lo estaba leyendo me habló de la poesía y la belleza que encierran las cosas feas, un comentario que me hizo reflexionar. Si alguien no es capaz de entender esto no debería acercarse a Charles Bukowski porque solo verá a un hombre borracho que escribía sobre alcohol, apuestas, prostitutas y palizas. Error.

Con Bukowski tengo una relación de amor-odio, una de esas que desprenden dependencia emocional por todos los poros. Cuando tengo entre las manos uno de sus libros unas veces me estremece lo que leo, otras simplemente no me gusta, y las restantes me he sentido culpable por leer a un tío machista y violento. Pero no puedo dejar de leer, es superior a mis fuerzas. A pesar de que Bukowski es conocido sobre todo por sus relatos, mi opinión es que sus novelas son bastante más brillantes. Mientras que La senda del perdedor es de carácter autobiográfico, Pulp es una ida de olla. En La senda del perdedor se relatan los primeros 20 años de vida de Henry Chinaski, alter ego de Bukowski, quien vivió una infancia plagada por los malos tratos que su padre le propinaba ante el silencio de su madre, también maltratada; una adolescencia en la que padeció un acné gravísimo que los médicos no sabían cómo atajar; y una juventud protagonizada por las borracheras y las peleas, esta última etapa con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo. Es el fiel retrato de un perdedor que no se autocompadece de él mismo, es la antítesis del sueño americano, el máximo exponente del realismo sucio.

Pulp es otra historia, aunque su protagonista es sin duda un perdedor de los de manual. Pulp es la Señora Muerte, el Gorrión Rojo, la extraterrestre Jeannie Nitro, el escritor francés Céline y, por supuesto, el desastroso detective privado Nick Belane. Entre frases del tipo “le voy a pillar el culo”, “Miss Chiles Cocidos” o “que te folle un pez” intercala otras que te hacen mirar dentro de ti y divagar sobre el sentido de la vida.

“Maté cuatro moscas mientras esperaba. Maldita sea, la muerte está en todas partes. Ni hombres, ni pájaros, ni fieras, ni reptiles, ni roedores, ni insectos, ni peces, ninguno tenía una oportunidad. El final estaba fijado. No sabía qué hacer. Me empecé a deprimir. Ya saben, veo al dependiente del supermercado metiendo en la bolsa lo que he comprado y a continuación lo veo metiéndose en su propia tumba junto con el papel higiénico, la cerveza y las pechugas de pollo”.

Por esto amo a Bukowski.