Una de las cosas que más felices me hacen en la vida es viajar, ya lo sabéis. Ojalá mis escapadas pudieran ser más largas, pero por ahora suelo hacer viajes cortitos con excepción de Semana Santa, verano y puentes. Soy consciente de que hay destinos que no se pueden saborear bien en solo dos días, pero lo cierto es que existen muchos de los que te puedes hacer una idea bastante completa en un fin de semana. Os cuento qué ver, qué comer (y dónde) en Viena en 48 horas. ¿Os atrevéis?

Primer día: empápate de la esencia de la capital de Austria

Como ya os he chivado en alguna otra ocasión, me encanta implicarme en los viajes y organizarlo todo: buscar el hotel, el desplazamiento, investigar el destino en profundidad… Y así hice con la escapada de Viena en 48 horas, una escapada que surgió de manera improvisada. Tuvimos mala suerte con el vuelo de ida: el avión se retrasó una hora y media (volábamos con Laudamotion) y además pusieron la calefacción al máximo, por lo que pasamos un calor horroroso. Llegamos a Viena cerca de las 12 de la noche, aunque la buena noticia es que al menos el taxi que reservamos con Booking nos estaba esperando.

Nos alojamos en el Arthotel ANA Katharina, que no está en pleno centro pero sí muy bien comunicado. El precio incluía el desayuno que, por cierto, era bastante digno, así que en ese sentido no tenemos queja. El viernes nos levantamos tempranito porque en Viena por la tarde no hay mucho movimiento y había que aprovechar las horas de luz.

viena en 48 horas
Foto: Adriana Benito

Nuestro reto de ver Viena en 48 horas comenzó en el Palacio de Hofburg, que durante más de 600 años fue la residencia de los Habsburgo. Era uno de los enclaves de la capital austriaca que tenía más ganas de visitar porque aquí se encuentra el Museo de Sisi. Compramos la entrada combinada de Hofburg y el Palacio de Schöbrunn porque sale algo más económica que comprarlas por separado. Aun así su precio son 31 euros, pero merece la pena.

Hofburg y el Museo de Sisi me dejaron extasiada. Nos proporcionaron una audioguía en la entrada que nos explicaba la visita, la cual comenzaba en la platería de la corte. Después nos adentramos en el Museo de Sisi, donde nos enteramos de que la emperatriz poseía un gran espíritu viajero: empaticé con ella desde el minuto cero. Para finalizar vimos los apartamentos imperiales, y de aquí recogí datos curiosos como que el emperador Francisco José I se levantaba de madrugada para trabajar y tenía sus dependencias repletas de retratos de su esposa; que Sisi tenía en su alcoba un pequeño gimnasio; y que tardaba un día entero en lavarse el cabello.

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Museo Sisi. Foto: Adriana Benito

Cuando acabamos la visita aprovechamos para entrar en la iglesia de San Miguel, justo al lado de Hofburg, y después en la iglesia de San Pedro, que recuerda a la basílica homónima del Vaticano (salvando las distancias). Para finalizar la mañana nos acercamos a la catedral de San Esteban, el emblema religioso más importante de la ciudad. Me sorprendió: es una construcción majestuosa que no te deja indiferente y que no puede faltar en vuestro viaje.

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Catedral de San Esteban. Foto: Adriana Benito

Llegó la hora de comer y nos encaminamos hacia Figlmüller, un restaurante que nos habían recomendado unas amigas. Tuvimos que hacer cola, pero mereció la pena: el schnitzel de cerdo que pedimos estaba delicioso. Era enorme, muy finito, y venía acompañado de una rodaja de limón. Para completarlo tomamos una ensalada de patatas que combinaba genial con el plato típico vienés.

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Schnitzel. Foto: Adriana Benito

Después de comer nos perdimos por las calles de Viena y vimos tiendas hasta que nos apeteció ir a disfrutar de una porción de la famosísima tarta Sacher al Hotel Sacher, un hotel de 5 estrellas. La tarta me gustó, pero es cierto que está bien compartirla porque si no creo que resulta empalagosa. La decoración del saloncito donde la disfrutamos era elegante y delicada, y la tarta tenía un precio de 7 euros y pico, un precio razonable, aunque lo que subió la cuenta fueron los cafés.

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Tarta Sacher. Foto: Adriana Benito

Cenamos en Glacis Beisl, una taberna típica vienesa que vi que recomendaba el blog Directo al Paladar. Nos flipó: platos abundantes con una digna relación calidad-precio. De este sitio os sugiero el pollo a la paprika, otro de los platos típicos que no te puedes saltar. Para finalizar esta jornada tan movidita nos tomamos una copa en Die Rundbar (Lindengasse, 1), y fue un verdadero descubrimiento: la copa no fue cara, estaba bien servida, y la decoración era una monada. Nos quedamos con ganas de probar algún cóctel (tenían una carta bastante amplia).

Segundo día: Palacio Schöbrunn y pateo del centro

Nuestra recta final de Viena en 48 horas empezó en la zona de la Ringstrasse, la avenida más importante de Viena. Vimos la Iglesia Votiva (construcción neogótica que data de 1879), el Ayuntamiento, el Parlamento (que estaba en obras), y también aprovechamos para ver la Ópera a plena luz del día. Después fuimos al Palacio de Schöbrunn, que fue la residencia de verano de la familia imperial durante años. Es una visita interesante, pero nos pareció mucho más completa la del Palacio de Hofburg.

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Palacio de Schöbrunn. Foto: Adriana Benito
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Biblioteca Nacional. Foto: Adriana Benito

Yo estaba emperrada en ir a la Biblioteca Nacional porque había leído que es de las más impresionantes de Europa. Es alucinante, aunque tenía las expectativas más altas en esta visita. Comimos en Kern’s Beisl y quedamos muy contentas: servicio encantador, precio competitivo y un goulash para chuparse los dedos.

Palacio de Schöbrunn
El goulash de Kern’s Beisl. Foto: Adriana Benito

Por la tarde dimos un paseo por Stadtpark, el parque más importante de Viena, que tiene un monumento a Johan-Strauss. Tampoco queríamos terminar nuestro reto de Viena en 48 horas sin acercarnos a Hundertwasserhaus, unos bloques de viviendas de colores que contrastan con el resto de la arquitectura vienesa. A continuación teníamos que hacer un alto en el camino, y decidimos hacerlo en Kleinod Prunkstück, un pub ideal y con un ambiente top pero en el que la copa que pedimos era mediocre. Para la cena repetimos en Glacis Beisl y esta vez nos atrevimos con el schnitzel de ternera, que estaba espectacular.

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Hundertwasserhaus. Foto: Adriana Benito

Y aquí termina nuestra escapada a Viena en 48 horas, aunque nos quedaba el vuelo a Madrid con Wizz Air. No quiero cerrar este post sin recomendaros que miréis bien la tarifa que compráis con esta aerolínea: si no contratáis Priority, aunque hayáis pagado por facturar una maleta de 10 kilos, tendréis que volver a pagar por meterla en bodega si os presentáis en la puerta de embarque con ella.

Sin duda, Viena es una ciudad preciosa que merece una visita. ¡Hasta el próximo viaje!