Érase una vez una escritora napolitana llamada Elena que, a pesar de haber sido educada en un ambiente eminentemente machista, tenía una férrea conciencia de sexo y, cada noche, escribía páginas y páginas en las que las mujeres eran sus protagonistas absolutas. Estas líneas bien podrían describir la historia de Elena Ferrante como podrían ser un disparate en toda regla, una completa antítesis de su persona. Y es que casi nadie sabe quién se esconde tras la mujer que se ha convertido en todo un éxito de ventas gracias a su tetralogía Dos amigas, compuesta por La amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida,  y que ha situado a Nápoles y a su literatura, una vez más, en el punto de mira. Tan solo sus editores italianos, Sandro Ferri y Sandra Ozzola conocen la identidad de la autora, ni siquiera Celia Filipetto, la traductora de la versión en español, ha tenido contacto con ella. Sin embargo, parece ser cierto que Elena Ferrante es el seudónimo de una mujer mayor de 60 años, napolitana y madre separada, características que, curiosamente, guardan una estrecha similitud con Lenù, protagonista y voz de las cuatro novelas.

Hace años estuve en Nápoles de pasada, solo para tomar un vaporetto que me llevaría hasta la bella isla de Capri. Con el paso del tiempo decidí volver y, nada más bajar del tren, lo primero que vi fue una gran cantidad de bolsas elevándose por el aire porque en ese momento había una huelga de basura en la ciudad. Si por aquel entonces ya hubiese leído la saga de Ferrante seguro que esa imagen me hubiera transportado rápidamente al Nápoles pobre que narra la escritora. Sin duda, me declaro una víctima más de la ferrantemanía, puesto que desde que empecé a devorar La amiga estupenda no pude parar hasta terminar La niña perdida, el último volumen de la serie. Aviso para los puristas: pese a tratarse de un best seller que nadie piense que se trata de literatura fácil o ligera porque estaría incurriendo en un grave error.

Dos amigas encierra un gran valor por muchas razones. En primer lugar, el dibujo de los personajes es magistral, tanto a nivel físico como a nivel psicológico. La relación de dependencia entre Lina y Lenù está descrita a la perfección a lo largo de todo el argumento y sufre una clara evolución a lo largo de la trama. Además, los libros describen la idiosincrasia y la historia del pueblo italiano desde 1950 hasta el siglo XXI y reflejan la violencia, el machismo, el anarquismo, el comunismo y el incipiente feminismo del que Italia ha sido testigo a lo largo de los años.

Por otra parte, las profundas reflexiones que intercala Ferrante con su lenguaje coloquial y envueltas bajo una suerte de costumbrismo contemporáneo nos dejan frases como estas: “Las cosas carentes de sentido son las más hermosas” (Un mal nombre) o “El amor terminaba solo cuando era posible regresar sin temor o disgusto a sí mismos” (La niña perdida). Sea quien sea Elena Ferrante yo siento que a lo largo de todas esas páginas me ha acompañado una mujer que muestra la amistad de dos mujeres: la que salió de su entorno machista y se casó, tuvo hijos, se divorció y vivió de la literatura y la que, pese a su inteligencia y personalidad arrolladora, se quedó atrapada en él. Gracias, Elena.