«Gira, el mundo gira, en el espacio infinito…» es la canción de Jimmy Fontana que me obsesiona desde ayer y que soy incapaz de quitarme de la cabeza. O tal vez es que no quiero hacerlo. Cuatro hijas con nombres de actrices italianas, dos nietas que apenas pisan el pueblo y una madre con ínfulas de artista que ahora tiene una pistola. A este escenario hay que sumarle una lucha encarnizada y absurda por una herencia que carece de valor. Este es el argumento de Mi película italiana, la obra escrita por Rocío Bello y dirigida por Salva Bolta que ahora acoge el Teatro Español. Este montaje ahonda en la soledad, en los sueños frustrados y en el egoísmo, pero sin renunciar a la belleza y el humor.

La historia que cuenta Rocío Bello en Mi película italiana me recuerda a las mujeres que tan bien describe Elena Ferrante: personajes con matices, con dobleces y con miserias que nos narran situaciones cotidianas. Anna, la matriarca de la familia, soñaba con ganar el Festival de San Remo y no salió de su pueblo para poder casarse con un hombre feo pero bueno, porque todo el mundo sabe que los feos son buenos. Sus hijas se disputan la herencia de su padre, que no es más que una casa azul ubicada al lado de una fábrica de gaseosas.

Un personaje, Yo, que presenta a las demás mujeres con micrófono en mano y con ruptura de cuarta pared; escenas con fragmentos narrados por los propios personajes; monólogos que desnudan a esas mujeres; elementos audiovisuales o cambios de escenografía a la vista del público son peculiaridades que merece la pena destacar de Mi película italiana. Sin caer en el spoiler, sí quiero comentar que este montaje posee momentos tan mágicos y sencillos como ese cambio de medias rotas que lleva Sofía, la conversación desgarradora de Lucía y su hija o la interpretación musical tan decadente de Anna.

Los personajes de Mi película italiana son muy diferentes unos de otros, tan diferentes como lo son los miembros de cualquier familia. Todas las actrices trabajan de forma impecable, aunque lo de Teresa Lozano (Anna) es de otro mundo. Excentricidad, humor algo escatológico, magnetismo y soledad aunados en un mismo personaje. Mona Martínez, quien interpreta a una mujer heroinómana, construye con maestría un personaje que es el más puro reflejo de la pena y de la mala suerte, y lo hace a través de una voz ronca y rota y con un cuerpo desgarbado. La voz de Camila Viyuela; el aplomo de Elena González; el descaro y la frescura vocal y corporal de Vicky Luengo; la crudeza de Nerea Moreno; y la exasperación de Inma Nieto componen el resto del cuadro.

Por otra parte, el vestuario retrata de manera fiel a cada personaje: las New Balance de la hija de Sofía no tienen nada que ver con el look rockero y urbano de María o con la faja blanca de Sofía. La escenografía se limita a una estructura de metal, un tablero que hace las veces de cama o de mesa según convenga, un armario, unas pocas sillas, una televisión y una lámpara, y es que no es necesario nada más.

Ahora que estoy llegando al final de este artículo, sí puedo desvelar que recuerdo con mucho cariño a Rocío Bello, una mujer que me hizo madurar como actriz y probablemente también como persona. Mi película italiana es un espejo de ella, y yo sabía con certeza que me iba a encontrar con un texto que exudara belleza, delicadeza, carácter y un humor llano que me provocara reír de verdad. Detalles como que cada personaje posea su fracción de protagonismo porque todos son igual de importantes delatan que esta obra es de Rocío, así es ella. Y que ella, el teatro y el mundo sigan girando por mucho tiempo.

-Dónde: En el Teatro Español

-Hasta cuándo: 26 de mayo

Foto: Sergio Parra