Pese a que me encanta viajar, todavía tengo en mi lista de destinos pendientes cientos de ciudades, algo que me tranquiliza bastante. Hasta hace unos días figuraba en esta recopilación Asturias, y es que a mí el sur me pierde y tengo descuidado el norte de España, pero a partir de ahora le voy a poner remedio. Como la mayoría de mis escapadas, se trataba de un viaje exprés de viernes a domingo, periodo en el que incluimos Oviedo y Gijón. Os voy a contar cuáles fueron las sidrerías de Asturias en las que estuvimos y qué fue lo que comimos, pero os adelanto que comimos como nunca.
Dicen que no has estado en Oviedo si no pasaste por la calle Gascona, así que hacia allí nos encaminamos la noche del viernes. Varias personas nos comentaron que Tierra Astur estaba entre las mejores sidrerías de Asturias, así que nos decidimos por este local. Estaba hasta arriba de gente, pero no nos dimos por vencidas y pedimos mesa. Tras unos 20 minutos y una cerve en la barra, logramos sentarnos. Al ser la hora de la cena no queríamos pedir nada copioso-qué ilusas nosotras-, razón por la que pensamos que dos entrantes y una ración sería una cantidad adecuada. «Queremos pastel de cabracho, una tabla de queso La Peral y unas setas a la plancha con jamón», afirmé muy ufana. El camarero, sorprendido, me miró y me dijo: «¿Y quién más se va a sentar a la mesa?». Como vio que no entendía lo que quería decir, me aclaró que nos estábamos pasando tres pueblos con tanta comida. «Vale, pues quite el pastel de cabracho», contesté.
Y menos mal, porque no fuimos capaces de acabarnos las setas, nos sobró como medio plato. El queso, fuerte y con personalidad, estaba delicioso. Ni que decir tiene que para regar la cena apostamos por la sidra. Para nosotras todo aquello era nuevo y nos sorprendían detalles tan pequeños como que los camareros vertiesen al suelo los restos de bebida que quedaban en el vaso para, acto seguido, escanciar la sidra y servirnos otro culín.
Al día siguiente fuimos a Gijón, y es que estábamos deseando reencontrarnos con una amiga del Erasmus de la que guardamos un bonito recuerdo y a la que queremos mucho aunque apenas la veamos. Irene nos descubrió todos los secretos de su ciudad y también nos reveló algunas de las sidrerías de Asturias más top. Paseamos por Cimadevilla, por el cerro de Santa Catalina y por la playa de San Lorenzo. Como ella sabe que nos pierden los sitios cuquis nos llevó a Pura Vida, una terracita ideal donde tomamos el aperitivo.
A la hora de la comida buscamos La Tropical, que nos habían chivado que era otra de las sidrerías emblemáticas de Asturias. Aquí nos quitamos por fin el antojo de pastel de cabracho y, cómo no, disfrutamos de un cachopo gigante de cecina. Tampoco lo pudimos acabar, pero quiero resaltar que para mí estaba perfecto por su enorme sabor a queso y porque estaba tierno y jugoso. El día se puso feo y empezó a diluviar, por lo que nos refugiamos en el mítico Varsovia (la decoración era chulísima) y nos pedimos un pisco sour, que creo que se ha convertido en mi cóctel favorito.
Ya de vuelta en Oviedo, nos duchamos y nos cambiamos de ropa y dirigimos nuestros pasos a Secreto a voces, donde teníamos reserva. Es un concepto distinto al del resto de sidrerías de Asturias a las que he hecho referencia antes, y es que se trata de un restaurante de cocina de autor. Íbamos de parte de un familiar de Edén, el gerente, y nos trataron con muchísimo cariño. Pedimos tres medias raciones: tallarines de calamar en su tinta con tartar de tomate, dados de atún rojo con manzana y ñoquis, y tajín de carrilleras ibéricas 5 Jotas al curry rojo. Estaba todo espectacular y los sabores eran originales, pero cuando vayáis pedid alguna cosita más porque nosotras nos quedamos cortas. Los cócteles tenéis que probarlos sí o sí. El gin fizz era brutal y además aquella noche el primer cóctel era cortesía de la casa para todos los comensales.
El domingo habíamos planeado ir hacia el monte Naranco para ver sus iglesias (San Miguel de Lillo, Santa María del Naranco…), pero no fue posible porque la línea de autobuses que llega hasta allí estaba interrumpida por la celebración de una carrera. Nos quedamos por el centro y vimos la catedral de San Salvador, la plaza del Fontán, la del Ayuntamiento, la de Trascorrales, el teatro Campoamor, el parque San Francisco, sus famosas estatuas… Pero había que comer, claro.
No pudimos evitarlo y volvimos a Tierra Astur, y esta vez nos decantamos por una tabla de queso Casín (sí, mi mejor amiga y yo somos dos proyectos de ratonas), y un torto de picadillo, huevo y patatas acompañados con sidra, obviamente. Sin duda, Asturias es una tierra con gente hospitalaria, encantadora, cercana y con una gastronomía que enamora, y yo no tardaré en volver.