“Desde pequeños nos han metido en la cabeza la idea de que el amor es eterno, de que tenemos que ir en busca de héroes y heroínas, pero uno realmente es feliz cuando aprende a bailar con la vida”, sentenciaba Raquel Arigita al final de La mirada interior, la obra escrita y dirigida por Charlie Levi Leroy que podemos ver en la sala off del Teatro Lara. No sé si estas son las palabras exactas que emplea el texto, pero si las he escrito entrecomilladas es porque el mensaje me ha calado tan hondo que en cuanto he llegado a casa me he sentado frente al ordenador a teclearlas para no olvidar ningún detalle. Raquel Arigita interpreta a varias mujeres que estuvieron ingresadas en la habitación 513 del hospital psiquiátrico Lennox, en Nueva York, entre los años 1920 y 1994. Estas mujeres fueron sometidas a crueles tratamientos y casi todas guardan un aspecto en común: el amor las hizo enloquecer. Ay, el amor, unas veces te da la vida y otras te la quita.

Con todo, Charlie Levi Leroy ha articulado un monólogo extremadamente crítico en el que refleja cómo la mujer ha estado sometida y obligada a rendir cuentas a la sociedad sobre los aspectos más íntimos de su vida. Algunas de las escenas más impactantes son la narración de brutales agresiones a una pareja de lesbianas y la de una violación a otra de las mujeres. Raquel Arigita va encarnando diferentes personajes a los que dota de originales timbres de voz y actitudes corporales diversas. La estructura cúbica en la que se encuentra encerrada y que representa la habitación, así como el juego con su propia sombra y con las luces contribuyen a trasladar al espectador esa sensación de enclaustramiento que, sin duda, padecen los personajes.

Sin embargo, en la última parte del montaje el espectáculo da un giro inesperado. Es una ruptura realmente sorprendente en la que Arigita se dirige directamente al público contando por qué decidió ser actriz. Aunque ese parlamento forme parte de la obra e incluso en esos instantes siga actuando, lo mágico es que podría ser verdad, es una actriz que interpreta a otra actriz hablando a un auditorio. Y es precisamente en esta escena tan honesta cuando, en mi opinión, Raquel Arigita se luce sin ambages y está espléndida, maravillosa. «Quiero ser actriz». «Estás loca», le decían. Qué bella la irónica metáfora del pétalo azul, color de la eternidad, que simboliza el hallazgo de ese amor que tanto ansiábamos. Pero, sobre todo, recuerden: “Loco no es el que pierde la razón, sino el que pierde todo menos la razón”.