¿Es posible que una pieza teatral sea, al mismo tiempo, una tragedia a nivel de estructura y una comedia en su desarrollo? Y una comedia debido al conjunto de recursos que emplea, no porque se trate de una tragedia mal representada. Nao Albet y Marcel Borràs han demostrado con excelencia que sí se puede, como también han logrado que yo haya salido del teatro flipando, y eso no me ocurre con frecuencia. Mammón exuda modernidad tanto en su concepción como desde un punto de vista técnico, pero no pierde la esencia del teatro.  Ese teatro que nace por y para el público, y que emociona. Os cuento, a continuación, qué fue para mí Mammón.

Cuando me llegó la convocatoria de Mammón a la bandeja de entrada de mi correo, lo cierto es que no sabía muy bien con qué me iba a encontrar. Sin embargo, el equipo artístico y esa sinopsis algo confusa despertó mi interés, así que llegué a la conclusión de que no podía perderme este espectáculo. Las notas de prensa definían Mammón como una road movie teatral, y yo me preguntaba cómo podrían llevar esa idea a las tablas sin que fuera una de esas patochadas que a menudo vemos por ahí. ¿Os imagináis estar sentada en una butaca del teatro y no saber a ratos si estás en el teatro o en el cine? Así me sentí yo mientras disfrutaba de Mammón, un texto que traslada a la actualidad un personaje mitológico que para los fenicios era el dios de la bonanza y para los cristianos designaba la avaricia. Ahora bien, los convencionalismos no tienen espacio aquí.

La obra comienza con Irene Escolar y Ricardo Gómez anunciándonos que Mammón no va a representarse. En este punto, los actores interpretan el papel de ellos mismos y hablan directamente con el público, con la consiguiente ruptura de la clásica cuarta pared. A continuación, los actores comienzan a leer el diario de a bordo de Marcel Borràs, que en 2013 realizó un viaje profesional a Siria y pudo constatar el dolor que está causando la guerra. En ese viaje a Alepo, Borràs se acercó al mito de Mammón,  que es el germen de esta obra. Junto con su amigo Nao Albet, decide llevar al escenario este relato. Pero lo que ellos no esperaban es que para conseguir financiación se verían obligados a viajar a Las Vegas y a protagonizar en primera persona el mito de Mammón. Hasta aquí el argumento. ¿Verdad que no te queda claro qué parte es real y cuál es ficción? Pues de eso se trata, y yo no os lo voy a destripar.

Por lo que respecta al equipo artístico, la calidad es impresionante. Irene Escolar es una actriz con un talento fuera de lo común, y me baso en que durante la obra encarna a numerosos personajes y todos y cada uno de ellos son distintos. La «chinese girl» de la timba tiene una cadencia en la voz y una construcción corporal que en nada recuerda al papel de Crystal. Yo no la había visto todavía en el teatro y me demostró que es una actriz con mayúsculas. De Ricardo Gómez me quedo con los fragmentos en los que lee el diario de Borràs, puesto que en mi opinión el actor posee un timbre de voz muy atractivo, y con el personaje mexicano de Bernardo, que es el que más destaca de todos los que representa.

Manel Sans, el brutal Dylan Bravo, se come el escenario y deja boquiabiertos a los espectadores. Es su voz, su cuerpo, ese vestuario tan rancio y hortera… Es genial, vaya. Y de su monólogo final no quiero desvelar nada, pero pone los pelos de punta. Además, Nao Albet y Marcel Borràs están impecables en escena. Y es que no solo han escrito y dirigido una obra de esas que hacen historia, sino que como actores también merecen ser recordados. La escena de avaricia desmedida de Borràs hacia el final de la obra y ese halo cómico que envuelve a Nao de principio a fin reflejan la valía actoral de ambos.

En cuanto a los aspectos técnicos, el principal elemento que se debe destacar es la presencia de una enorme pantalla en la sala, en la que se proyectan escenas de la obra. Estamos hablando de una combinación entre teatro y cine, por tanto, y además la pantalla refleja partes de la obra que son grabadas en directo. Por otra parte, emplean recursos como la ruptura de la cuarta pared o el hecho de que un mismo actor dé vida a varios personajes. Y aún hay más: transiciones de escenas con movimiento de la escenografía para crear otros ambientes, cambios de registro en cuestión de minutos, la interacción con el público o los objetos que son mimados son algunas de las claves que vertebran la obra. Un vestuario sin pretensiones y una escenografía compuesta por una mesa y dos plataformas. Pero es que no hace falta más.

En definitiva, que Mammón me ha encantado y que os recomiendo que vayáis a verla porque no es una obra de teatro al uso. La encontraréis en los Teatros del Canal hasta el 1 de abril.

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Foto: Teatros del Canal