Quienes seguís mis viajes sabéis que Andalucía me vuelve loca: no me canso del encanto y de las tapitas de Granada, de la elegancia de Sevilla y de las preciosas playas de Cádiz y sus pueblecitos. Sin embargo, este año me he propuesto salir de mi zona de confort y tengo un objetivo muy definido: quiero conocer España de principio a fin. Quienes hemos nacido en España tenemos mucha suerte de haber nacido en un país con unos paisajes que te dejan sin aliento y con una gastronomía envidiable. Clau y yo le regalamos a Nieves una escapada por su cumple y, aunque en un primer momento pensamos en Milán, al final las circunstancias hicieron que nos decantásemos por Santander. Y qué gozada, porque no sabéis cómo hemos disfrutado de estos días. Os cuento qué planes podéis hacer si vais un fin de semana a Santander. ¡Apunta!
Santander: esto es lo que no te puedes perder
Hay personas que no entienden por qué nos merece la pena escaparnos tan a menudo los fines de semana y cómo podemos ir de aquí para allá utilizando solo el transporte público. Pues os doy una explicación de lo más sencilla: a mí salir de Madrid me da la vida, rompe mi monotonía, me enriquece a nivel cultural y me hace ver el mundo con otros ojos. Ahí es nada, ¿verdad?
Nosotras nos desplazamos hasta Santander en tren, y debo admitir que desde Madrid se hace largo el trayecto porque son algo más de cuatro horas. Llegamos allí a eso de las 8 de la tarde y fuimos a cenar a Cañadío, restaurante que tenía mil ganas de conocer y que no podía faltar en mi fin de semana en Santander. ¿Qué pedimos? Pues pastel de puerros y gambas, el cachón en su tinta con arroz cremoso y la carrillera de ternera con puré trufado. Estaba todo espectacular pero el plato de carrillera no era abundante, así que cuando volvamos ya sabemos que tenemos que pedir algo más. Por supuesto, probamos su mítica tarta de queso (imprescindible, ni se te ocurra saltártela) y unos hojaldritos (solo aptos para personas muy golosas, porque son bastante dulces). Rematamos la noche tomándonos un gin-tonic en la Plaza del Cañadío, donde está permitido sacar las copas a la calle.
Como es verano y tuvimos suerte con el tiempo, el plan del sábado estaba claro: había que ir a la playa. Fuimos a El Sardinero y echamos allí la mañana, yo con novela en mano (leer frente al mar es para mí uno de los placeres de la vida). Si estás un fin de semana en Santander y te apetece comer por esa zona, que sepas que la calle Joaquín Costa está a rebosar de terracitas. Nosotras al final pillamos una mesa en Dondenando, aunque la próxima vez esperamos que nos cuadre ir al Balneario de la Concha (mi tita Ina me había hablado genial de su arroz).
Por la tarde queríamos dar una vuelta por la ciudad y eso hicimos. Primero subimos a la terraza del Centro Botín (la terraza es gratis y el ascensor es un poco peculiar, si vas entenderás por qué) y después visitamos la Catedral de la Asunción de Nuestra Señora. La Catedral es de visita obligada: es una preciosidad y tiene un claustro de gran belleza. Después, nos dirigimos al Palacio de la Magdalena, que se empezó a construir en 1908 y que durante años fue la residencia de verano de la corte española. Desde allí tienes unas maravillosas vistas de la isla del Moro y de las playas de la bahía. Para cenar fuimos a Casa Lita, un local de pinchos que nos habían recomendado varias personas y ya comprendemos la razón: mucha variedad de pinchos, gran calidad y un precio más que competitivo. Aunque para salir de fiesta nos sugirieron que nos acercáramos a la Terraza BNS, al final optamos por tomar de nuevo una copa en la Plaza del Cañadío
Y llegó el domingo. No queríamos pasar un fin de semana en Santander sin ir hasta alguno de sus pueblos, así que nos decidimos por Santillana del Mar, que ya sabéis que ni es santa, ni llana, ni tiene mar. Madrugamos para coger el bus de las 10 y media de la mañana y así poder desayunar en Casa Quevedo, porque «quien ahí no se bebe un vasuco de leche con bizcocho no se casa». Qué hospitalidad tan entrañable la de las personas que regentan Casa Quevedo, y esto unido al hecho de tomarse el desayuno junto al abrevadero es una experiencia que bien merece un madrugón.
Pasamos toda la mañana en Santillana del Mar, paseamos por sus calles empedradas, admiramos sus casitas adornadas con flores y entramos al Claustro Románico de la Colegiata. Regresamos a Santander para comer y apostamos por El Machi, donde pedimos pastel de cabracho, empanadillas y un arroz negro con cachón y alioli (muy sabroso y el plato era enorme). Como no podía ser de otra manera, volvimos a Madrid con sobaos, quesada, corbatas y anchoas (bien de glotonería). Y así terminó nuestro fin de semana en Santander, ¿cuál será nuestra próxima parada?