Mientras los espectadores aguardábamos a que El cartógrafo diera comienzo, Blanca Portillo y José Luis García-Pérez delimitaban el espacio con cinta adhesiva de doble cara. Para la mayoría de las personas que estábamos aquel miércoles sentadas en las butacas del Matadero seguramente no significó nada, para mí significó todo. Rememoré aquel montaje de Reventado, obra escrita por Sarah Kane y dirigida por Rocío Bello, que interpreté junto a mis compañeros de mi escuela de teatro hace ya cuatro años. Reventado empezaba exactamente de la misma forma, con la cinta de doble cara. En ese momento, supe que solo por ese detalle El cartógrafo sería inolvidable para mí. Y así fue.

El texto de Juan Mayorga es un texto valiente escrito tras el viaje del dramaturgo a Varsovia en 2008. En él fue consciente de todas las atrocidades a las que fueron sometidos los judíos de la capital polaca y cuyo único recuerdo se limita a una piedra quemada con algunos de los nombres de los supervivientes del gueto. Para narrar esta página negra de nuestra historia reciente, Mayorga se vale de una mujer española, Blanca (actriz y personaje comparten nombre), que está casada con un diplomático destinado en Varsovia, donde escuchará  la leyenda del cartógrafo, y con la que se obsesionará. Esta leyenda cuenta que un anciano cartógrafo aquejado de una dolencia en las piernas le pide a su nieta durante la época de la dominación nazi que sea sus ojos para después dibujar un mapa de aquel mundo en peligro. Sin embargo, este no será un mapa cualquiera sino que estará cifrado con el fin de que no lo pueda interpretar cualquiera. La obra se compone de pequeñas escenas con constantes saltos en el tiempo y, por tanto, con un continuo cambio de personajes, todos ellos encarnados por Blanca Portillo y José Luis García-Pérez. La sensación que tuve al acabar el espectáculo es que había tenido ante mí un mapa en sí mismo durante esas dos horas. Un mapa compuesto de pequeñas historias que narran el triste destino del pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.

A nivel actoral la función es un duelo ininterrumpido entre Blanca Portillo y José Luis García-Pérez, están los dos maravillosos. Construyen los distintos personajes en torno a la actitud corporal y a la voz, puesto que el vestuario, de color rojo, es el mismo durante toda la obra. En el caso del cartógrafo y su nieta sí se ayudan de una boina y de un batín para diferenciarlos del resto y ponérselo un poco más fácil al espectador, aunque no hubiera sido necesario. Cabe destacar el impecable trabajo de José Luis en la construcción corporal y vocal del cartógrafo, con las piernas pesadas y la voz ronca, y el de Blanca en el personaje de Deborah, en el que si solo nos fijáramos en sus manos ya sabríamos que se trata de una mujer anciana. Mayorga otorga un regalo a cada uno de los actores: a José Luis la oportunidad de dar vida a un gran número de personajes y de lucirse con su interpretación, y a Blanca esa escena de ruptura de cuarta pared en la que se dirige directamente al público, abandona su personaje y habla desde el punto de vista del actor. Y se sale, claro.

Participamos de la visión del teatro conforme a la cual la gente se reúne para imaginar, un lugar donde imaginamos juntos y cada uno a su modo. Esperamos mucho del espectador y eso nos ha llevado a fijarnos en el centro del hecho teatral que es la elocuencia del actor”, explica Juan Mayorga, Premio Nacional de Teatro en 2007. Sin duda, esta es la razón por la que en el escenario apenas hay utilería y muchos de los objetos son mimados por los actores, con especial mención para Blanca Portillo, que es capaz de hacernos ver carpetas, llaves y mapas invisibles.

Debo admitir que más que el texto, que por supuesto me gustó y que encuentro muy necesario en esta sociedad que se empeña en proteger a los verdugos, los elementos que más me cautivaron fueron la dirección, digna de un verdadero artista, y la interpretación actoral. Por último, es realmente bella la escena en la que Blanca le pide a su marido que dibuje en el suelo con tiza la silueta de su cuerpo. Porque ¿qué mapa más sincero, honesto, tangible y complejo que nuestro propio cuerpo? Juzguen ustedes mismos.

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El color rojo tiñe el escenario. Foto: El cartógrafo